Esta familia logró reunirse después de casi dos años de separación
Un padre congoleño que fue separado de su familia por las autoridades luego de pedir asilo juntos en la frontera entre Estados Unidos y México después de un agotador y peligroso viaje desde su hogar en la República Democrática del Congo se reunió con su familia tras casi dos años de separación.
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Annie Bwetu Kapongo no puede dejar de sonreír. Su esposo -que fue separado de ella y de sus siete hijos hace casi dos años por las autoridades cuando pidieron asilo en la frontera entre Estados Unidos y México después de un agotador y peligroso viaje desde su hogar en la República Democrática del Congo- por fin está en casa.
Constantin Bakala fue liberado de un centro de detención de migrantes en Georgia y se reunió con su familia el lunes en el aeropuerto de San Diego, rodeado por lo que se conoce como el ConstanTeam, un grupo de estadounidenses encabezado por miembros de la iglesia St. Luke’s North Park que se han hecho amigos de la familia y presionaron por la libertad de Bakala.
El gobierno federal comenzó a trasladar la carga de administrar la afluencia de familias inmigrantes en la frontera a organizaciones y ciudades locales en el límite suroeste.
“Sólo tuve alegría, la pura alegría de ver a mi familia”, dijo Bakala en francés sobre el momento en que bajó por la escalera mecánica del aeropuerto y vio a su esposa e hijos por primera vez en 21 meses.
La alegría también fue la palabra que se le ocurrió a su esposa Bwetu Kapongo, cuyo rostro se ha despojado del cansancio que había quedado grabado en él durante meses por el trauma de perder a su marido justo cuando ella pensaba que finalmente estaban a salvo.
“Hoy es un día lleno de alegría”, dijo Bwetu Kapongo en francés, con su sonrisa resplandeciente que llenaba su cara en el apartamento de la familia en el sureste de San Diego. “Alegría es lo que tengo, lo que he tenido todo el día, todos los días [desde que regresó]. No sé qué decir”.
Varios de sus hijos se sentaron en la mesa de la cocina, relajados. La pesadez que se había aferrado al aire de su casa por haber perdido a su padre ahora se ha levantado.
El incremento registrado se explica en parte por...
Bakala se maravilló de lo mucho que habían crecido sus hijos, especialmente los más pequeños. Cuando fue separado de su familia en el Puerto de Entrada de San Ysidro en noviembre de 2017, su hijo menor tenía 3 años. Ahora tiene 5, y Bakala ya no puede poner al niño sobre sus hombros.
Ha estado con su esposa por dos décadas, dijo, y todos sus hijos nacieron en casa. Antes de esto, nunca habían experimentado la vida sin su padre durante tanto tiempo.
Aunque ninguno de sus casos en la corte ha terminado, lo que significa que no saben si finalmente se les concederá asilo, su alivio de ser una familia completa una vez más es palpable.
La batalla de California con la administración Trump por la inmigración se calienta mientras entabla una demanda para evitar la detención prolongada de niños y familias migrantes.
Bakala y su familia huyeron de la República Democrática del Congo después de que todos fueran atacados por la actividad de Bakala en un partido político que promovía la democracia.
Bwetu Kapongo relató en febrero al Union-Tribune de San Diego que su esposo Bakala fue secuestrado, encarcelado y torturado en la República Democrática del Congo. Cuando Bwetu Kapongo fue a la policía para tratar de encontrar a su marido, fue golpeada y violada.
Días después alguien lanzó veneno en la casa mientras la familia dormía.
Finalmente escaparon, viajando a Brasil y luego al norte hasta la frontera con Estados Unidos. En el camino, casi se ahogan en un naufragio, pero de alguna manera, todos los miembros de la familia sobrevivieron.
Cuando llegaron al Puerto de Entrada de San Ysidro para solicitar asilo, recordó Bakala, fueron separados inmediatamente. Bwetu Kapongo y los niños fueron llevados a una celda con otras mujeres y niños. Bakala fue llevado a otra celda con otros hombres.
Bakala no se dio cuenta al principio de lo prolongada que sería esa separación, pero cree que fue en ese momento cuando comenzó a experimentar hipertensión, una afección médica que lo acompañaría durante todo el tiempo que estuvo detenido.
Le preocupaba mucho no saber cuándo los volvería a ver. Preguntó a un funcionario y le dijeron que no recibiría ninguna información hasta que llegara al siguiente centro de detención. En un momento dado se vio en un autobús que se dirigía a Arizona, donde permaneció por un corto tiempo antes de ser transferido a un centro de detención en Georgia.
Fue a través de un psicólogo que finalmente se enteró de lo que le había pasado a sus seres queridos.
“No tengo ese tipo de problemas”, recordó haberle dicho al psicólogo cuando el consejero comenzó a hacer preguntas para analizar su estado emocional. “Mi problema es que no sé dónde está mi familia”.
Alrededor de un mes después de haberlos visto por última vez, Bakala finalmente obtuvo un número de teléfono al que llamar para averiguar cómo estaban su esposa e hijos y saber dónde se encontraban.
Habían sido liberados y vivían en San Diego, a sólo un corto trayecto en auto desde donde los había visto por última vez en el puerto de entrada.
Mientras tanto, el caso de Bakala se separó del resto de su familia porque aún estaba detenido, y avanzó mucho más rápido porque el gobierno da prioridad a los casos de las personas detenidas.
En su primera audiencia, el juez lo alentó a encontrar un abogado y le dio una lista de legistas gratuitos y de bajo costo para que lo representaran.
Bakala dijo que llamó a todos los números, pero nadie respondió.
Alguien más le dio otra lista de números de teléfono de abogados. Lo ha intentado todo, pero no ha obtenido respuesta.
En la siguiente audiencia, el juez le dijo que tendría que representarse a sí mismo.
Bakala hizo todo lo posible para llenar la solicitud de asilo en inglés, un idioma que todavía no habla más allá de unas pocas frases. Sólo tenía acceso a un intérprete cuando estaba frente al juez, pero todo lo que presentaba ante el tribunal tenía que estar en inglés, incluidos los documentos que quería presentar como prueba.
No pudo encontrar a nadie que los tradujera desde el interior del centro de detención, así que presentó el original en francés.
Cuando llegó el día de presentar su caso ante el juez, la audiencia duró horas. El juez se negó a considerar las pruebas que había presentado y que estaban en francés.
Debido a que Bakala no había logrado escribir todos los detalles de lo que le había sucedido en inglés en la solicitud, y a pesar de que se lo había dicho verbalmente al juez en el tribunal, el juez denegó su solicitud de asilo.
Bakala apeló. La primera vez que envió el papeleo de apelación, fue rechazado porque no había seguido correctamente las instrucciones escritas en inglés.
Usando un diccionario Larousse rojo de francés e inglés que ahora se encuentra en un estante en la sala de estar de la familia, lo intentó de nuevo. Esta vez funcionó. Envió un escrito pidiendo a la Junta de Apelaciones de Inmigración que anulara la decisión del juez.
Sólo después de haber enviado su apelación por correo, Bakala conoció a Julie Hartlé, una abogada que había accedido a ayudar a la familia.
Su apelación fue desestimada y el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas se preparó para deportar a Bakala. Hartlé se puso a trabajar con la ayuda de otros abogados para escribir mociones para detener su deportación y reabrir su caso.
Pieza por pieza, los resultados comenzaron a caer a su favor.
Primero, su deportación se detuvo. Luego, su caso fue reabierto y la Junta de Apelaciones de Inmigración lo envió de vuelta al juez para que tomara otra decisión.
El equipo de abogados de Bakala presionó a ICE para que lo liberara condicionalmente mientras esperaba su próxima audiencia. Cuando se enteró de esa petición, empezó a rezar intensamente dijo Bakala.
Luego, el domingo, cuando llamó a su familia en un momento en que estaba seguro de que todos estarían en casa y podrían hablar con él, su esposa le hizo una pregunta.
“¿Tienes noticias?”, preguntó ella.
Estoy bajo custodia, respondió. No tengo acceso a las noticias.
Luego su esposa le contó que pronto sería liberado.
Bakala lo confirmó con su abogado. Luego llamó a su esposa y lo ratificó con ella. Pronto estaría en libertad.
Cuando colgó el teléfono, dijo, comenzó a bailar y cantar y a dar gracias a Dios por ayudarlo.
Mientras contaba su experiencia en su casa el jueves, su esposa, que canta en el coro de la iglesia con su hija Marie Louise, le cantó una canción de celebración.
A la mañana siguiente, ICE lo dejó en libertad.
Cuando se le pidió una declaración sobre el caso de Bakala, ICE confirmó que había sido puesto en libertad mientras su caso se decidía de nuevo en el tribunal.
“ICE está ahora esperando el resultado de sus procedimientos legales para determinar los pasos futuros “, dijo Lindsay Williams de ICE.
Un abogado que lo había estado ayudando lo recogió donde ICE lo liberó y lo llevó a cortarle el cabello.
Luego se fueron a comer. Escogió camarones como su primera comida de libertad.
Luego otro voluntario voló con él a San Diego.
Desde entonces, se enteró de lo mucho que su familia ya se ha integrado a la comunidad de San Diego, dijo. Sus hijos son activos en la iglesia, practican deportes y hablan bien el inglés.
Como todavía no se le permite trabajar, está dedicando su tiempo a preparar la cena y a colaborar con las tareas domésticas para ayudar a su esposa.
Una vez que obtenga su permiso, planea tomar cursos profesionales para perfeccionar sus habilidades en tecnología de la información y encontrar trabajo en ese campo.
“Espero asumir muy pronto la responsabilidad de mi familia”, dijo, “y auxiliar a los niños a comprender la verdadera integración en la comunidad estadounidense, ayudarles a crecer en el respeto de la cultura, a comprender el valor de la consideración por los demás y a desarrollarse con el sentimiento de que tienen que ayudar a los que no tienen nada”.
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