COLUMNA: DE ADICTOS Y ADICCIONES: ¿Qué le puede faltar?
Las cosas se complicaron cuando sorpresivamente, en su trabajo se hizo una prueba de drogas a todos los empleados de la empresa.
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Luis no necesitaba pretextos para drogarse, ni su madre era prostituta, ni su padre alcohólico, por el contrario, tuvo padres amorosos y trabajadores.
“Crecí insatisfecho, siempre sentía que me faltaba un cinco para el peso, creo que mi mayor problema ha sido la intolerancia, mi incapacidad para esperar y escuchar, quiero que las cosas se hagan como yo digo y a la hora que yo quiero”.
Así se describe Luis, un joven profesional que ha vivido haciendo malabares para sostenerse en pie. Por años disimuló su adicción, pero las cosas se empezaron a salir de control y las facturas económicas y morales, se acumularon.
La buena suerte de Luis, durará el tiempo que él quiera, mientras siga apegado a Dios y a su programa de doce pasos, ¿Qué le puede faltar?
De acuerdo a su relato, las drogas nunca fueron un problema mayor, como tantos otros chicos, probó con fines recreativos y sólo en “ocasiones especiales”. A los 23 años obtuvo un título profesional e inicio su carrera laboral; con más dinero y nuevos amigos, Luis emprendió un camino que lo llevó por los laberintos de una vida excitante, pero peligrosa.
“En mi caso fue la cocaína” dijo Luis, y con un tono sarcástico agrego: “No me consideraba adicto, los adictos eran esos que andan por las calles, medios locos y delirantes, yo era el jefe de recursos humanos de una gran empresa, los adictos eran otros”.
Las cosas se complicaron cuando sorpresivamente, en su trabajo se hizo una prueba de drogas a todos los empleados de la empresa. Como era de esperarse, el resultado fue positivo y la empresa le ofreció ayuda. Luis no pudo superar su adicción en ese primer intento y perdió el trabajo.
Pasaron cinco largos años y la vida de Luis se convirtió en una farsa, entraba y salía de los trabajos, pedía prestado y luego se escondía para no enfrentar a sus acreedores, con el fin de alejarse de familiares y amigos, se cambió varias veces de ciudad, aunque cada día le costaba más trabajo disimular su delgadez y dominar su carácter.
La droga tenía un peso de 51,25 libras y un valor estimado de 512 mil dólares
El punto de quiebre llegó por una infracción de tránsito, se puso necio y pasó un mes en la cárcel, después fue transferido a un centro de rehabilitación, donde tuvo que cumplir un año. “Es irónico, pero gracias a ese juez que detestaba, es que hoy puedo contar mi historia. No estoy completamente recuperado, aún tengo que trabajar en mis defectos de carácter, volver a laborar y asumir responsabilidades, pero por lo menos hoy, no me estoy drogando”.
La buena suerte de Luis, durará el tiempo que él quiera, mientras siga apegado a Dios y a su programa de doce pasos, ¿Qué le puede faltar?
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Narcóticos Anónimos
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