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El vino californiano, la última víctima de la guerra comercial de Trump con China

Los viñedos de Hank Wetzel se extienden hasta el horizonte, una franja verde entre el río Ruso del condado de Sonoma, cultivada por generaciones de Wetzel durante medio siglo.

Ciertamente, la zona está muy lejos de Shanghái.

Sin embargo, sentado en el exterior de su sala de degustación en una mañana reciente, el patriarca de los viñedos Alexander Valley Vineyards, de 68 años de edad, miraba fotos de China en su tableta: una imagen de su stand en una gigantesca feria de Shanghái, abarrotada de clientes. Otra de propietarios de restaurantes chinos, probando vinos en una cena de $1.000 que él organizó. Y varias de los pandas del zoológico de Shanghái.

La opinión pública sobre China se ha deteriorado mucho, lo que convierte a la guerra comercial en un tema de campaña potencialmente candente.

Cuando comenzó a exportar a China, hace dos años, Wetzel tenía grandes esperanzas de penetrar en el mercado de vinos importados de esa nación, de rápido crecimiento. Pero hoy, a medida que la guerra comercial del presidente Trump no muestra signos de ceder, “la economía para vender allí es pésima”, expuso. “El importador está interesado en nuestros vinos, pero cada botella de $15 que le vendo ahora le cuesta $30. Pronto podríamos quedar fuera del negocio allí”.

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Desde abril de 2018, en respuesta a los aranceles de EE.UU, China impuso tasas de represalia sobre $110 mil millones en importaciones de EE.UU; productos tan variados como la electrónica y la soja. Para el vino, los impuestos y las tarifas ahora equivalen a un recargo del 93% en cada botella procedente de EE.UU. El costo es el doble de la cantidad del vino francés, elegido durante mucho tiempo por los chinos acomodados. A la vez, los vinos de Australia y Chile, que recientemente firmaron acuerdos de libre comercio con el gigante asiático, están abarrotando China, sólo con un 26% de tasas.

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Los exportadores mundiales ven a China como una oportunidad apenas aprovechada, dada su creciente clase media y el apetito de esta por la calidad y el prestigio del vino importado. Estados Unidos exportó $1.46 mil millones en vino el año pasado, el 95% de él oriundo de California. Dicho país fue el quinto destino más importante después de la Unión Europea, Canadá, Hong Kong y Japón.

“China fue nuestro mercado de exportación de más rápido crecimiento”, afirmó Honore Comfort, vicepresidente de marketing internacional del Wine Institute, un grupo comercial de San Francisco. “Estábamos intensificando nuestras actividades allí, agregando promociones en restaurantes y cultivando relaciones con minoristas clave”.

Pero las exportaciones de ese producto de EE.UU a China disminuyeron un 33% en el primer semestre de este año en comparación con el mismo período de 2017. A medida que se prolongue el conflicto comercial, “los importadores chinos comprarán a un país diferente”, predijo. “Hemos trabajado en la construcción de esas relaciones durante dos décadas. Ahora todo ese tiempo es básicamente una pérdida”.

Cuando Li Xuewei cruzó las ruinas del Antiguo Palacio de Verano de Beijing, una frase se repetía en su mente -y en casi todas las señales explicativas-: Wu wang guo chi, o “No se olvide de la humillación nacional”.

En una cueva subterránea en Alexander Valley Vineyards, el aire era fresco y húmedo. Siete mil barriles de roble estaban apilados bajo el techo abovedado. En su interior se añejaban una docena de variedades, desde Chardonnay a Zinfandel.

En el exterior, un trabajador se movía rápidamente entre las filas de barriles, extrayendo vino a través de un tubo de vidrio de cada uno de ellos, probando defectos y escupiendo cada muestra. Cerca, en un pequeño almacén, las botellas recorrían una cinta transportadora a medida que una máquina llenaba una tras otra con Cabernet Sauvignon, las tapaba, las sellaba con papel de aluminio y pegaba las etiquetas antes de que dos mujeres enérgicas empacaran el producto terminado en cajas.

Wetzel fue una de las primeras bodegas establecidas en el condado de Sonoma y desempeñó un papel clave en la adopción de la denominación del Alexander Valley. Sus vinos, desde Cyrus, una mezcla de Cabernet de $65, añejada durante 24 meses, hasta Gewürz, un vino de $15 elaborado con uvas orgánicas, ganaron premios nacionales e internacionales.

Durante décadas, Wetzel cultivó mercados en California, Texas y otros estados de EE.UU hasta el punto de enviar 175.000 cajas en 2018. Pero nunca había intentado hacer negocios en el extranjero hasta que visitó China, hace dos años. Como sus hijos se encargaban de las operaciones y ventas diarias, Wetzel y su esposa, Linda, quien supervisa la contabilidad de la bodega, buscaron una nueva aventura. “Dentro de dos décadas, China podría ser el mercado de vinos más grande del mundo”, consideró Wetzel. “Y queremos estar listos”.

En la feria comercial de Shanghái, conocieron a Rose y Jack Sun, una joven pareja que maneja Shindy Wine. “Era el tipo de negocio pequeño que estaba buscando”, recordó Wetzel. “Tenían un vino australiano, uno chileno y un productor en Francia. A mí me prestan más atención por ser su único vino estadounidense”.

En el show, le sorprendió el nivel de sofisticación cuando cientos de chinos se detuvieron en su stand. Aunque la gran mayoría del vino que se consume en China es un producto nacional inferior, las importaciones de alta calidad están ganando prestigio social a través de las redes sociales y una nueva generación de sommeliers capacitados.

El otoño pasado, Wetzel recibió a los Sun en el condado de Sonoma. “Comimos y bebimos vino durante tres días”, dijo. “Les mostramos nuestra cosecha para que pudieran regresar a China y contar nuestra historia. Nos hicimos amigos”.

Los viñedos de Alexander Valley enviaron sólo 750 cajas a China el año pasado; ciertamente no hay competencia con grandes bodegas, como Gallo y Mondavi, que se han comercializado allí durante décadas. “El negocio del vino avanza lentamente, como una tortuga”, explicó Wetzel. “Se necesita mucho tiempo para construir relaciones”.

Preservar esas conexiones requiere un esfuerzo continuo.

Esta semana, el productor se embarcará en su tercer viaje a Shanghái, para la apertura del primer Costco de China, que compró 250 cajas de su vino. En junio, mientras el producto estaba en tránsito, China impuso su último arancel, del 15%. Costco acordó absorber la mitad del aumento, y los Sun tomaron la otra mitad. “Hay una cena con el comprador de Costco”, comentó Wetzel. “Me interesa ver cómo presentan los productos con estos precios elevados”.

Wetzel también planea viajar con los Sun a Anhui, una provincia al oeste de Shanghái, donde abrirán una vinoteca. Pero con la guerra comercial, “espero tener una oportunidad”, afirmó. “Confío en que esto no sea el final de nuestra relación, aunque el estado de ánimo en este momento es bastante malo. No sé si las cosas podrían empeorar mucho más”.

Otros exportadores comparten el malestar. “Incluso las bodegas más grandes, que han comercializado durante varios años, están extremadamente desanimadas”, expuso Wetzel, quien fue elegido presidente de la junta del Instituto del Vino en junio pasado. “Han perdido muchos negocios en los últimos seis meses”.

Dwight Bonewell, director de West Coast Wine Group en Napa, comenzó a exportar vino relativamente barato a China hace 12 años, obteniendo uvas del Valle Central. Vendió sus propias marcas y produjo sus vinos para empresas chinas. Con 20 distribuidores en China, Bonewell iba en camino de enviar 43.000 cajas este año. “Pensamos que tendríamos un 2019 excepcional”, reconoció.

Ahora espera vender sólo 7.000, y estima que su pérdida será de aproximadamente un millón de dólares. “En el momento en que subieron los aranceles, muchos de nuestros clientes dijeron: ‘Podemos comprar, pero hay que absorber la diferencia’. Y no podemos hacer eso”.

A pesar del revés, Bonewell espera que su producto originalmente destinado a China se venda en el mercado estadounidense. “No estamos renunciando a ese mercado”, dijo. “Es enorme. Esperaremos que vuelva”.

Las bodegas que exportan botellas más caras han sufrido menos con los aranceles, ya que los chinos más ricos pueden absorber mejor los aumentos de precios.

“Si bien nuestras exportaciones a China están reducidas en volumen, han aumentado más del 30% en valor hasta la fecha”, compensando las tasas, explicó Ryan Stewart, director de ventas internacionales de Foley Family Wines en Santa Rosa, propietaria de viñedos en California, Oregon, Washington y Nueva Zelanda. “Nuestra cartera apunta más a sectores de precios premium y de lujo”.

No obstante, agregó, “varias conversaciones con posibles nuevos socios importadores en China se han suspendido temporalmente”.

En Wine Intelligence, una firma consultora de Londres que rastrea el mercado global, el director de operaciones, Richard Halstead, señaló la “extraordinaria cantidad de dinero” que las marcas australianas y chilenas están gastando para construir la distribución en China. “Están exprimiendo a los países que no tienen regímenes arancelarios favorables”, remarcó.

Las ventas de vino de EE.UU a China son un pequeño objetivo para una guerra comercial, en comparación con los vehículos, los componentes de semiconductores o la soja: sólo 1.1 millones de cajas el año pasado, de los 56.7 millones de cajas que China importó a nivel mundial. “Pero el vino a menudo cae en disputas comerciales porque tiene un simbolismo cultural”, consideró Halstead. “Para China, se trata de golpear a un socio comercial que se porta mal”.

En junio, Trump apuntó al vino francés, quejándose de que está permitido en Estados Unidos prácticamente libre de aranceles, mientras que Francia impone cánones al mismo producto de origen estadounidense. “No es justo”, le dijo a un entrevistador de televisión.

En el condado de Sonoma, Wetzel votó por Trump porque “él era un hombre de negocios... Pero a corto plazo, estas tarifas no funcionan”, consideró. Mientras tanto, intenta mantener la visión a largo plazo. “Voy a ver a mi importador como pidiendo limosna”, afirmó. “Odio pensar que nuestra inversión está arruinada debido a esta guerra comercial. Pero si es así, lo intentaremos nuevamente en cinco o 10 años. Espero que esto pase, tarde o temprano”.

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