L.A. Affairs: En nuestra tercera cita, deje caer un posible motivo de ruptura. Soy bipolar
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Para cuando cumplí 49 años, no había salido con nadie en 10 años. Como madre soltera y divorciada que cría a un hijo, las citas no eran una prioridad. Pero pronto llegó el momento de volver a salir y conocer a alguien en una aplicación de citas. Ryan, mi joven “marido vecino” estaba agotado por arreglar todo lo que había en mi casa. Estaba ansioso por pasarle la batuta a una persona que se ocupara permanentemente de las tareas del hogar.
Tenía razones para ser cautelosa. Santa Bárbara tiene sus ventajas, como el océano y las montañas, pero he comprobado que las opciones son escasas en este estanque de citas.
Me decidí por Bumble, OKCupid y, a regañadientes, Tinder. Pensé que tenía fama de ser una aplicación para ligar, pero Ryan me explicó que antes era así y que ahora es igual que las demás. “Puede ser totalmente para relaciones”, dijo. “Bien”, pensé, mientras Ryan me daba consejos sobre cómo redactar mi perfil.
Me animó a escribir algo un poco sexy, pero no demasiado. Uf, eso me sentó como una patada en el hígado.
Frunciendo el ceño ante mi desdén, Ryan decidió concentrarse en mis fotos. “De todos modos, nadie lee la biografía”, comentó. Sí, bueno, yo leo cada palabra de estas biografías.
Soy una persona muy visual, así que cuando vi las fotos de Brian, me quedé paralizada, pero no en el sentido en que Cenicienta encuentra a su príncipe por cortesía de Disney. Brian parecía un joven Eddie Vedder, el cantante de Pearl Jam. Yo di el primer paso (porque soy una emprendedora) y nos enviamos mensajes de ida y vuelta con las preguntas superficiales iniciales sobre el trabajo, las escuelas así como las ciudades de origen. Pronto pasamos a los mensajes de texto, a las llamadas y el chat de video ocasional. A diferencia de mí, Brian era tremendamente tímido, pero no me importó, ya que me atrajo con su acento tejano. Era dulce y fuerte a la vez. Dije se escucha encantador. Aunque Brian era siete años más joven, era como estar en casa.
Sobre el papel, tal vez, y para los de fuera, éramos mundos distintos.
Yo tengo dos títulos, mientras que Brian terminó sus estudios en la escuela de continuación. (Es más inteligente que la mayoría de mis amigos con doctorado; simplemente estaba más interesado en el skate que en los deberes). Yo soy empresaria y él conduce para FedEx: yo me siento y realizo videollamadas por Zoom con los clientes durante todo el día y hago todo lo posible por hacer ejercicio. Él consigue sus 10.000 pasos diarios en las primeras horas que está en el trabajo y se encuentra en una forma increíble sin intentarlo.
Como comentó una amiga de más de 60 años, solo había una cosa que importaba.
“¿Era paciente y amable?” Sí y sí.
Brian y yo no nos conocimos en persona durante meses porque estábamos siguiendo el protocolo de cuarentena y porque su padre es considerado población vulnerable. Brian me contaba historias desgarradoras sobre su padre, que tiene demencia. Había algo dulce y genuino en su cadencia, además en sus palabras había empatía, amabilidad y paciencia.
Estas eran las cosas que más importaban en mi segunda oportunidad en el amor.
Cuando finalmente nos vimos, fue para una cita en las jaulas de práctica de bateo y tacos. Aquel día, algo hizo clic. Al mes de conocernos, pasábamos todos los fines de semana juntos.
Pero así es como supe que era el indicado, después de nuestra tercera cita. Había despejado la mesa del desayuno cuando le dije que tenía algo importante que confesarle, una situación que potencialmente podría ser un motivo de ruptura. No, no estaba embarazada. Era bipolar. Y antes de que pudiera continuar, me agarró la mano para sostenerla mientras le explicaba mi historial médico, que incluía haber sido hospitalizada cinco veces.
Mientras pronunciaba las palabras que estaba segura de que harían huir a cualquier hombre, él continuó cogiéndome la mano y sonriendo con cariño.
Mi terapeuta me había ayudado a entender que la tercera cita sería el momento más educado para hacerle saber a un hombre sobre mi salud mental. Era justo. Soy mucho, como dicen. Pero resulta que Brian tiene un pariente cercano con esquizofrenia, y básicamente lo había visto todo. No se inmutó en lo más mínimo por mis palabras.
Solo explícame qué hacer, me dijo. Estoy aquí por ti.
Solté un suspiro de alivio. Ahora sabía que estaba en casa.
A los nueve meses de nuestra relación, cumplí el gran 5-0. Tres semanas después, me diagnosticaron cáncer de mama. Justo cuando las cosas volvían a abrirse en medio de la pandemia, en el momento que las cosas empezaban a volver a la “normalidad”, yo me enfrentaba a la quimioterapia y a una mastectomía parcial.
Nuestra relación se ha puesto a prueba una y otra vez. He sido la peor versión de mí misma miles de veces. Tuve un mes de días muy oscuros, que incluyeron algunos pensamientos suicidas, de los que solo puedo hablar ahora porque ya los he superado. El cáncer no es una broma en cuanto a las profundidades de las emociones a las que te lleva.
Brian ha estado a mi lado durante mi lucha contra el cáncer. (No puedo decir “travesía” porque cuando la gente utiliza esa palabra me dan ganas de darles un puñetazo en la cara).
Los meses transcurridos desde mi diagnóstico no han sido fáciles. Hemos peleado, llorado, nos hemos tomado de la mano y, a pesar de todo, me ha dicho que quiere casarse conmigo. Conmigo. Quiere estar para siempre a mi lado a pesar de que he sido la más difícil de las difíciles de tratar.
Asegura que sabe que no soy así todo el tiempo.
Y dice que, esto del cáncer no va a durar para siempre.
La autora es coach organizativa en Santa Bárbara. Su sitio web es thoughtfulorganizing.com y está en Instagram @thoughtfulorganizing
L.A. Affairs narra la búsqueda del amor romántico en todas sus gloriosas expresiones en el área de Los Ángeles, y queremos escuchar su verdadera historia. Pagamos $300 por un ensayo publicado. Envíe un correo electrónico a [email protected]. Puede encontrar las pautas de envío aquí.
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